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martes, 6 de mayo de 2014

dialogos

Scene: The apartment.

Penny: Leonard?
Beverley: Sonny boy!
Penny: Get out here! Your mommy wants to talk to you!
Leonard: What the hell is going on?
Penny: You’re in trouble.
Beverley: Why didn’t you tell me you were tapping my homegirl? Did I say that right?
Penny: Yeah, not bad, not bad.
Leonard: Are you guys drunk?
Beverley: Well, I hope so. Otherwise, why would we have stopped at Del Taco? Now, how could you not tell me you were in a relationship with this lovely, charming young woman?
Penny: Oh, thank you.
Beverley: You’re welcome. Is it because she’s uneducated, trapped in a menial service position?
Penny: What the hell happened to lovely and charming?
Leonard: How come you didn’t tell me that you and Father were getting a divorce? How come you didn’t tell me you had surgery? How come you didn’t tell me my dog died?
Beverley: Wait, wait, wait, wait, wait. What I hear you saying is that you want a more intimate mother-son relationship.
Leonard: I do.
Beverley (gives him an uncomfortable hug): There. It’s late. Now, go to bed. I’m getting a warm feeling spreading through my heart.
Penny: That’s the Del Taco.





















[Scene: Central Perk, Phoebe and Rachel are sitting on the couch. Ross sits down.]

Rachel: Hi! Oh, Ross, don’t forget, we have that doctor’s appointment tomorrow!
Ross: Right.
Phoebe: Hey, are you going to find out the sex of the baby?
Ross: No-no, we talked about it. We don’t want to know. All we care about is that it’s happy and healthy.
Rachel: Yep! Happy and healthy! And cute!
Ross: And smart!
Rachel: Popular.
Ross: With an aptitude for science.
Phoebe: Are you two talking about the same baby? Hey! Have you started off thinking of names yet?
Rachel: Oh yeah! I’ve come up with a bunch of ideas!
Ross: Really? Me too!
Phoebe: Me too!
Rachel: Really?!
Phoebe: Uh huh! If it’s a girl, Phoebe, and if it’s a boy, Phoebo!
Ross: Maybe. But it wouldn’t hurt to have a backup, you know? Uh, Rach-Rach, what were you thinking? (Gives her a look)
Rachel: Okay! I was thinking if it’s a girl, how about Sandrine? It’s French.
Ross: Huh. That’s a really pretty name for-for an industrial solvent.
Rachel: Okay fine, what do you have?
Ross: Well, OK, it’s for a boy. Well, I know it’s a little out there, but…Darwin.
Rachel: Wow, oh my God, our child will be beaten to death in the schoolyard.
Phoebe: Yeah, by Sandrine.
Ross: You’re just saying that 'cause I said no to your name!
Rachel: I’m really, really not.
Phoebe: How-how about you each get five vetoes?
Ross: All right.
Rachel: All right.
Ross: That sounds fair.
Rachel: Yeah! I don’t think you’re going to need it though. Okay, check this out. If it’s a girl, Rain.
Ross: Veto.
Rachel: Why?
Ross: Rain? Hi. Hi, my name is Rain. I have my own kiln, and my dress is made out of wheat.
Phoebe: I know her! I bought homemade soap from her at a Dead show!
Ross: Okay, how about, for a guy, Thatcher?
Rachel: Ross, why do you hate our child?
Ross: Fine, you go.
Rachel: Okay, James.
Ross: Huh.
Rachel: But only if it’s a girl.
Ross: Oh, veto. How about—Ooh, I like Ruth! What about Ruth?
Rachel: Oh! I’m sorry! Are we having an 89-year-old? How about Dayton?
Ross: Veto. Stewart?
Rachel: Veto. Sawyer?
Ross: Veto. Helen?
Rachel: Veto.

Phoebe: Is it me, or is veto starting to sound really good?

jueves, 7 de junio de 2012

Utopía transitoria pública


Estaba exhausto, y como terrible consecuencia de la soberbia propia de los viajes de ida, todavía tenía que tomar el autobús de regreso a casa, porque esas altivas idas no siempre regalan agradecidas el boleto automático de retorno, cuando mucho, en alguna ocasión llegarán a ceder una paupérrima y resignada estancia espontánea. 


El sol dictaba las dos de la tarde y me adentré al baño de asfixia y cansancio que representa la proyección de la luz a tales horas del día. Cuando pisé la acera, un autobús pasaba por el otro lado de la calle a una velocidad que no me hubiera resultado ser difícil de alcanzar corriendo, pero deduje que iba a ser más cansado correr que esperar cinco minutos hasta que llegara el siguiente. Cuando éste llegó, subí y me hice de un asiento fácilmente, éramos apenas tres pasajeros en aquella zona residencial. Sin más, me sumergí en la lectura del libro que me había acompañado desde temprano, siendo sus páginas la única pizca de coherencia que había habitado mi persona durante ese día.

La comodidad y sosiego idóneo se vieron barridos por el eco de un timbre escolar que mandaba a todos los alumnos a sus casas o en el peor de los casos, a vagar por las calles hasta que el hambre pudiera más que la zanganería, para lo que muchos necesitaban hacer uso del transporte público. Así, el camión sufrió una colorida ola invasora de uniformes de tonalidades varias hasta que eran más los que tenía que tomar un tubo en el pasillo para no perder el equilibrio. Una joven se sentó junto a mí e hice honor a la formación de mis padres pidiéndole a otra chica que por favor tomara mi asiento. Lo que siguió fue una de esas respuestas que es mejor ni tratar de entender, ustedes saben, para evitar mal entendidos. 



-No gracias, aquí ando bien. 


Una vez recibida la respuesta acompañada de cierta risa nerviosa, noté que la mayoría de los nuevos pasajeros eran señoritas que estarían por terminar la secundaria o aburrirse de la preparatoria. El rechazo ante mi invitación había sido presenciado por la gran mayoría de ellas, proclamando un extraño coro con su mirada, dando a entender que la respuesta de todas ellas sería la misma. Sólo entonces reafirmé mi postura en el asiento con mi compañera. Comencé a pensar en el ya meditado desdén que profeso para con mis compañeras generacionales, o cuando menos, su mayoría. No lo tomen a mal, tan sólo no encuentro mayor simpatía en su goce dentro las redes sociales; en el mercado de chismes que administran; en la devoción que tienen hacia el espejo –no precisamente el de cristal- ; a su apatía, pasividad y desinterés ante temas relevantes o a sus risas falsas y previamente entrenadas que surgen como cascada desde el bizarro acantilado del humor falto de inteligencia.  Es así como he pensado que difícilmente podrá una chica cercana a mi edad parecerme atractiva en tantos aspectos como Milan Kundera pudiera estudiar en la existencia femenina. Todo esto lo digo consciente de lo difícil que resulta pensar que algún día yo sea completamente digno de merecer cariño de mujer alguna, en cualquiera de sus edades. Decidí entonces evitar continuar con esta idea y me dediqué a mi lectura. Porque vamos, seamos honestos ¿quién se ríe de la sequía en el desierto?


Continué mal concentrado en la lectura debido a hilos de pensamiento que se enredaban adrede entre mis dedos al cambiar de página, hasta que las líneas de tela se tornaron en amarras sujetas a mi mirada que la llevaron brusca e irrespetuosamente hasta la puerta del autobús en cuestión de la más pequeña fracción temporal que podamos todos juntos imaginar; se había creado un oasis en el desierto dentro del reloj de arena.
Entró sin que nadie la notara debido quizá al cansancio que trabajaba como auxiliar del calor. Aunque claro, no pudo evitar merecer la mirada criticona, malhumorada y grosera de un par de señoritas a las que supongo yo, por la mañana no las miró con amor el espejo.


¡Qué oasis! La línea que iba de sus labios rojos, pasando por su nariz catedrática de fineza y sus ojos profundos envueltos en gruesas pestañas, hasta su fleco negro que caía a vaivenes entre su frente y oído, llevaba a mis sentidos hasta el infinito de la esperanza. Todos los hombres, incluso uno del tipo imbécil como yo,  tienen el derecho de llevar consigo aunque sea un puño de nervios como dotación diaria, siendo  este el motivo por el cual no pude ofrecerle mi asiento. Quedó así, de pie junto al asiento delante del mío. Imbécil.


Cinco cuadras y media esperé que mi compañera encontrara su parada para dar espacio al inminente acercamiento con Oasis. Tardó tan sólo un jalón de mochila para sentarse junto a mí. Aspiré hondo para conquistar su aroma encontrando no más que una exacerbación del ya conocido con anterioridad olor a transporte público. No la culpo a ella sino a su día agitado, y tampoco me importa, su presencia se había convertido en el perfume de mi persona.


Ya hemos mencionado el nerviosismo, y por ello me limité a reanudar mi lectura esperanzado en que así ella notara que era yo podría ser diferente a nuestros compañeros pasajeros que hablaban sobre el partido que tendría al día siguiente la selección nacional y que no me importaría jamás lo que platicaban nuestras compañeras pasajeras sobre la infidelidad de Julio del Bachiller número 32 con su amiga “Chiquis”.



De poco sirvió. Posterior a un corto titubeo después de haber notado mi libro, ella tomó su celular y se limitó a jugar en busca de romper su record estancado durante la clase de matemáticas de esa mañana. Decepcionado, me concentré leyendo algún cuento de Benedetti que describía el preámbulo al encuentro sexual que sostendría una viuda de cuarenta y nueve años con un asaltante que acaba de entrar a su casa por la noche. ¿Qué podía hacer? Otra vez, aún en manos de esta ridícula y poco probable trama Uruguaya, los libros guardaban más coherencia y verdad que las pobres ilusiones de utópico y lejano mundo que me dedico a crear en esta, la realidad.

domingo, 8 de abril de 2012

Cuentas pendientes "Martin Kohan"

Hace bastante que no publico una sinopsis llamativa, siempre hay tiempo, la primera en Abril.

Título: Cuentas pendientes
Autor:  Martin Kohan
Sinopsis:


¿Cuánta desgracia, cuánto infortunio, cuántas desdichas pueden llegar a caber en la vida de un hombre sencillo? Cuentas pendientes se resuelve por una apuesta de máxima: el retrato de una vida en la que el fracaso lo alcanza todo. Porque no hay cosa en la patética rutina de Giménez, el protagonista aparente de esta novela, que no merezca la mayor compasión. Lo que sucede es que el narrador que se ocupa de él no le tiene nunca ninguna. Lejos de cualquier pietismo social, y lejos también de las justas proporciones del realismo, se vale de las desmesuras del grotesco para ensañarse con él. El giro de las cosas en Cuentas pendientes alterará, sin embargo, esta disposición. Porque las novelas que se ocupan de vidas apagadas o penosas suelen alentar esta promesa: la del poder liberador de la imaginación, la del poder de compensación de la propia literatura.
Lo que Martín Kohan (que ganó con Ciencias morales el Premio Herralde de novela en 2007) explora en este libro es una opción diferente: la de la imaginación como condena y como agobio, la de la literatura como reducto, ella misma, de una última desesperación.


Abril en primavera...





domingo, 1 de abril de 2012

Su caminar transita por mi estancia, quinta parte. Final.

Hasta ahora regreso desde las imágenes de mi mente y me adentro sin quererlo de nuevo a las de la realidad, recuerdo con ellas que en este mundo las parejas acostumbran compartir páginas de su vida hablando del día en la irresponsabilidad de la noche, salen a pretender escucharse cuando se concentran más en el costo del té que le da más sabor a su velada que su propia compañía. Juegan a caminar de la mano sobre los caminos mal transitados de este parque aún cuando su mente se encuentra cruzada de brazos.

Miro a mi alrededor buscando algo que me convenza de que sigo aquí y no que sólo lo imagino. A pesar de ser tan única, esta noche no es más que gemela de la de ayer en esencia.

La luz blanca de los faros cae sobre las superficies dándoles un color más profundo que el visto de día. Rueda mi mirada de lado a lado del parque en un vaivén tenue que sin advertencia se ve interrumpido por una impresión de día, en su luz y calor, en medio de la noche: la aparición de una mujer que luce tan joven e inexperta como yo. Lastima con la delicadeza de su existencia las manecillas del reloj enredado en mi muñeca interrumpiendo su caminar. Trae consigo un efecto gráfico a mi mirada donde todo a su alrededor se torna borroso guardando tan solo un cuadro de nitidez enmarcando su persona. Es alta, lleva el porte propio de una mujer que bien sabe usar los tacones sin importar que trae zapato bajo; es divina, con ojos grandes decorados con pestañas onduladas en los que percibo un tono café que de día bien puede ser almendra. Recobro el aliento perdido y mi mirada traza una línea recta que acaricia su fina nariz que se alarga hasta la luna que detrás de ella pareciera ascenderla a los altares. De inmediato me nace el deseo de acariciar su piel lisa color oro. Los suspiros que lanza su interior escapan entre sus labios anchos y vivos. Como cascada a cántaros de caricias su cabello negro y ondulado como la creciente del río que amenaza con desbordar el caudal de mi sangre cae suavemente sobre sus hombros y se desliza hasta la espalda donde sin preguntarle a mi subconsciente perdería el sentido al verme encaminado poco más en dirección opuesta de su norte que apunta a las estrellas.

El perímetro que me había atribuido como el segmento sobre el cual ejerzo mi jurisdicción emocional, se vio seriamente amenazado por sus incesantes pasos en círculos, me percato que lleva entre sus brazos un par de libretas que abraza intentado aminorar el frío, de encontrarse menos distante hubiera inferido para sí el calor de mis ojos en su perfil, sin duda es la mujer más hermosa que he visto en mi vida. Mis ganas exigieron un oasis que encontró su sito justo en medio de sus ojos. Parpadear es para ella tan sólo llevar anocheceres de bolsillo.

Permitió que la noche se iluminara de realidad y no resultó para nada ser una odisea. Cierro los ojos por un momento y sueño que la veo dormir, los abro de nuevo sigiloso queriendo continuar mi sueño; es ella un sueño que no me dejará dormir. Su caminar pausado me convierte en víctima de su ilusión, no puedo más, ha inundado mis sentidos hasta el punto de inhabilitarlos todos durante la divina excepción de mirarle por el hecho de existir.

Me he enamorado de ella, al instante les suplico me disculpen, todos ustedes han dejado de existir.

Yo sentado admirándola y ella que no ha advertido aún mi existencia. Deseo con todo mi ser cambiar esta estúpida resistencia, ser hombre, levantarme e ir a hablar con ella. Hacerle sentir que esta noche será tan especial para ella como la ha hecho para mí. ¡Escuchar mis deseos me produce vértigo!

Necesito hablarle e intento formular en mi cabeza las oraciones precisas para cautivarla con la primera entonación de voz, tengo el tiempo contado, me advierte la noche, no es necesario que me lo advierta, ¡lo sé! cada segundo se encarga de recordarme que podría ser el primero de una minimizada existencia sin ella, ruego a Dios que no sea el caso del infortunio que en mi próximo suspiro ella haya desaparecido y me regrese a las sombras de esta noche. Decido acercarme a ella, en el claro-oscuro del momento instruyo al destino que se ocupe de lo primero y a mi cobardía ordeno que se largue con lo segundo para que sea el destino el que ponga en mi boca las palabras que en sus más inherentes deseos reclama su corazón con sumo cuidado para no romper esta ilusión. Mujer, te lo imploro, ¡dile mas dilemas a este corazón!

Por primera vez en el día le construyo distancia a mi cuerpo inerte respecto de esa banca, que ni es amiga ni enemiga, solo compañera mía que ha escuchado mis pensamientos del mismo modo que yo lo hice, aún sin entender. Le ordeno a mis piernas que recuerden de prisa como caminar y me dirijo hacia ella, no existe en el parque ni el mundo nada más que ella y yo; los mares podrían desbordarse, los volcanes explotar, la tierra despedazarse, incluso el mundo entero podría destruirse en ese instante que ningún etéreo, divino o mortal designio apartarían de mí la gloria de tenerla entre mis brazos.

Con una sola excepción que percibo cuando estoy a unos cuantos pasos de su espalda, en ese momento surge desde ninguna parte un hombre que se ha acercado a ella antes que yo; abandona la tradición de las palabras, le toma del brazo izquierdo y me bloquea la luz de la luna cuando el estúpido la besa. Para cuando se alejan sus rostros, apenas al rose de la punta de narices, ella sonríe y le pregunta por qué ha tardado tanto.

Pienso en Jimena y la recuerdo. ¡Dios mío, cómo la amo! Ya no soporto estos latidos necios que me recuerdan y le regresan la vida a ella. Decido quedarme donde nunca fui; -no de ir- de ser.

Estoy seguro de que existe un antes y un después. Aunque les confieso, no tengo la menor idea de cuál va primero…

sábado, 24 de marzo de 2012

Su caminar transita por mi estancia, cuarta parte.

A veces el precipicio se asoma, y las nubes blancas que lo cubren se miran seductoras para tirarse sobre ellas a llorar. Cierro los ojos despierto en este parque, para verme de frente y saberme testigo de que aún no he llegado a muerto. Con ojos abiertos, lo olvido.

Mientras indago en estos caminos que su corazón pudo tomar, encuentro muchos que pueden ser ciertos más no correctos; en la realidad se hace de noche del mismo modo como en la mía propia me declaro ausente. Los faros del parque comienzan a encenderse ante la falta de luz sin hacer caso a su diseño, más bien a una necesidad propia de no sentirse perdidos donde siempre han estado. Los pájaros vuelan prontos hasta las ramas que sostendrán sus fatigas de hoy y los sueños por los que volarán mañana. Los fríos soplidos del viento se pasean por entre las creaturas buscando a quien infundirle una necesidad de calor. Faros y pájaros y soplidos; tan semejantes a las personas.

Las estrellas aparecen de a poco y a mí nadie me ha asegurado que no son ellas las que salen de noche a admirarnos a nosotros. Y así el sol abandona a pasos disimulados este día. Lo ha recorrido desde su comienzo, lo conoce en cada una de sus etapas donde él, inocente, se mostró vulnerable y así, lo desprecia. Es el sol quien decide el final del día cuando le impone un término y se marcha para cambiarlo por otro amanecer.

Quizá esta es la posibilidad a la que más le temo, que el sol de Jimena se haya retirado a los amaneceres de alguien más. Nunca me dio señales de ello, pero no tendría por qué advertírmelo.

Esta respuesta resulta ser una gran opción por su resistencia ante la mención de sus verdaderas razones. Pronto se iría de la ciudad y no estarían mis ojos ni oídos cerca de ella como para percatar su acercamiento con alguien más. Temo adentrarme en el abismo de la imaginación y pensar que todo esto ha sido preparado desde tiempo antes sin que yo lo advirtiera; después de tanto tiempo juntos, no podría pensar en el atrevimiento de ella a botarlo todo.

Comienzo a preguntarme si había sido yo capaz de haber dejado que faltara algo en nuestra relación. Quizá encontró un mejor acogimiento en el abrazo de un tercero, mayor tranquilidad en otra compañía o risas más profundas en algunas distintas ocurrencias. Un reflejo más exacto de su alma en la mirada de alguien más.

Jimena, sabré volar tan alto como tu ausencia me lo permita. Te fuiste como se va la última lluvia sin saber que es la última. Te sufrí. Te fuiste y yo sin saber que te ibas. Al desvanecerse, tu sombra irá dejando hilos de oscuridad en la pared. Seremos siempre el vivo retrato de nuestras sombras.

¿Por qué Jimena? ¿Por qué habrías de hacerme soñar con un futuro donde no participarás? Yo que soy tan tuyo y tú que te mantienes tan propia. Dime que no soy como estas hojas que ruedan en el piso, incapaces de aferrarse a esperanza alguna, arrastradas por el viento de la noche. En mí no ha habido cambios, sigo siendo tu Diego, aquel del que dijiste haberte enamorado. No sé en qué parte del camino decidiste quedarte un tanto atrás, mucho menos imagino las razones.

En el parque, los soplos gélidos no cesan al instante en que el diente de león ruge mientras el viento se lo lleva. Sigo preguntándome si habrá alguna razón para que no me haya llevado a mí también

Si has de abandonarme ahora sin motivo será porque nunca encontraste uno para amarme; me juraste acompañarme en el futuro tan sólo porque no existía una mejor opción en tu pasado, escribiste palabras de amor que llevaban en ellas nada, regalaste sonrisas vacías, firmaste sueños sin fondos, hozaste compartirme miradas profundas sabiendo que jamás transmitirían nada, no encontraré en los cajones de mañana las tardes que tú me hiciste perder. Me obligaste a amarte sin la intención de amarme.

¡No pude haber sido más incauto como para no advertirlo! Mi corazón debió enterarse sin decirme nada de su partida, tomó precauciones y fue colocando pinceladas de soledad en la pared, robó actitudes y las implantó en mí con cautela. Supo de todo y me protegió.

Tantas ideas en mi cabeza sin saber cual termina siendo premiada por correcta.

En rigor, desconozco si me he quedado sólo sin que fuese adrede. Al final la decisión no es de Jimena. Es mía gracias a las advertencias del corazón, si todo terminó fue porque así yo lo quise.

Tú resultas ser ahora la sed ávida de sol. Qué pena me va a dar asomarme al espejo y que no estés. ¡Qué pena que no la valgas, Jimena!

sábado, 17 de marzo de 2012

Su caminar transita por mi estancia, tercera parte.

Habrá sido quizás la incapacidad en la que nos encerraba la universidad y nuestras familias de salir de la rutina. Ambos fuimos siempre detallistas, preparábamos sorpresas para hacer algún día un poco diferente a los que estaban junto a él en el calendario. Al tiempo que pienso esto, cae sobre mis piernas una hoja desde alguna rama perezosa del árbol que me ha estado haciendo compañía desde que llegué. Como esta hoja, han caído miles más. En diferentes estaciones, en diferentes otoños. Todas han caído en el otoño habitante de la eternidad, ese otoño que va y viene y nunca se va. Esa patética estación que cuando más lejos está de su partida, se encuentra más cerca de su llegada. La época del año tan estática entre la maravilla del verano y la magia del invierno. Siempre será bello, pero tendrá una belleza repetitiva. Los tonos de las hojas en su caída conmoverán siempre, pero lo harán del mismo modo en cada ocasión. Si, aquél otoño que se ha vuelto rutina. Si él ha caído, ¿por qué nuestro amor no habría de ser capaz de volverse rutinario? Quizá un día ella despertó, se quitó las hojas de encima y sintió nacer un hambre de primavera. Una primavera que -de haber sabido de la necesidad- quizá tampoco habría sido capaz de otorgarle. Cómo podría ser yo capaz de asfixiar sus suspiros de libertad sin dejar de desear que ella inventase haber dejado el alma enredada sólo para volverla a besar.

De cualquier modo, decidí tomar la hoja que descansaba en mis piernas y la arrojé con tanta fuerza como pude, aunque sin importar mi esfuerzo, el peso mismo de la hoja en complicidad con el viento se burlaron de mí, haciéndola caer a unos cuantos centímetros de mi pie. Decidí entonces desviar la mirada y me topé con una escena familiar tan clásica y tan única. Una señora le recriminaba a su marido por haber comprado un helado que tuvo un final fatal sobre la ropa de su hija pequeña. El pobre helado había salido tan alegremente del carrito vendedor que poco podía predecir de su futuro. En manos de la niña, el cono bailaba de lado a lado enfrente de la sonrisa infantil. Por si no fuera suficientemente bello el momento en que la niña mostraba sus dientes de felicidad, una chispa de chocolate le decoraba la mejilla. Ella respondió a brincos cuando su padre le habló.

-Ven Alejandra. Con una sonrisa que se extendía hasta su mano que esperaba abierta la de su hija.

El desastre se suscitó cuando uno de los pies que por mucho llevaban unos siete años recorriendo este mundo vio accidentado su camino al toparse con una irregularidad del concreto, de esas que causan las raíces de los árboles a las que se les ha impedido crecer. Aunque el percance no fue suficiente para provocar una caída, la mano de la niña bailo por unos instantes como si fuera la extremidad de una marioneta, lo gélido del helado poco pudo hacer contra las turbulencias cuando terminó cediendo ante la gravedad y aterrizó en su mayor parte sobre el rojo vestido de la dueña de los ojos abiertos y asustados que miraban desolados en primera fila la escena.

Más de tres despistados se asustaron y voltearon sin disimulo hacía la pareja mientras la señora calificaba a su marido de irresponsable; él, sin escucharla, le insistía el hecho de que la niña no tenía culpa alguna y no tenía por qué tolerar los decibeles por encima de los preceptos básicos de buena conducta y urbanidad, o sea, sus gritos. Alejandra se ocultaba tras su papá sin saber llorar en primer lugar por su helado o hacerlo en vez, por los gritos de su madre.

En tanto pude explorar la idea de otra posibilidad., me di cuenta de lo parecida que pudo ser Jimena a la pequeña Alejandra.

Aquel día que visitamos juntos el Museo Nacional de Antropología e Historia fue la fecha en la que me compartió la situación de sus padres. Mientras salíamos del museo y durante toda la caminata rumbo a las laderas del castillo de Chapultepec me explicó -en cuanto la memoria le permitía- el divorcio de sus padres. Fue un hecho que atacó su infancia sin reparar en consecuencias. El que yo no preguntara, combinado con su falta de interés en darme demasiados detalles, no permitió que me quedaran en claro los reales motivos de la separación.

Por su mirada que se perdía buscando restos de tranquilidad entre sus zapatos cuando mencionaba a su padre, pude percibir que ese era el punto más sensible. Y no es que él se mantuviera alejado de ella; siempre estuvo ausente, no de cariño pero si de abrazo. El problema se nutría del hecho de que entre sus padres había germinado tal rencor, que le era imposible olvidar algunos penosos capítulos, en los que ella hubiera querido ocultar a lo que podía llamar familia detrás de su soledad.

Se sentía insegura. Ella misma se estacionaba un escalón por debajo de cualquiera en el momento que era obligada a recordar la penosa situación. ¿Se habría sentido indigna de adentrarse en una familia más estable que la suya? Mis padres siempre le tuvieron el cariño que se le tiene a una hija. No tendría razón verdadera para presentar inseguridad alguna. Me sería difícil afirmar que la razón de su partida fue esa. Aunque sigo siendo incapaz de resolver encontrarle una descalificación absoluta.