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lunes, 12 de marzo de 2012

Su caminar transita por mi estancia, segunda parte.

Cuento los días y suman más de siete desde que publiqué las primeras páginas del cuento. He aquí las siguientes dos. Disfrútenlo:

Acariciaba los recuerdos para no resbalar en el precipicio del presente. Hacía en mi mente la imagen de la mujer que conocí hace ya varios años. En un otoño que dijo más que mil hojas. Recorría las estaciones a las que les dimos vuelta juntos sin saber si empezaban o terminaban. Donde amanecer a su lado no era más que retocarme el corazón con el perfume de su almohada. Nos perdíamos para vivir y ser solo lo que quedaba. Aunque era yo el que siempre perdía más el camino envuelto en su mirada. Ella, tan parecida a la luz, me iluminaba y me cegaba, con su belleza en mano. La imaginaba en mi futuro sin la intención siquiera de amarrarla a mí. Nunca me perteneció, pero siempre supe encontrar confianza cuando ella pronunciaba la palabra amor. Me abrió las puertas de su familia haciéndome soñar con una propia. Me robaba suspiros todos los días y me los regresaba entre las sábanas de las noches más oscuras. Si mis manos sudaban inmersas en nerviosismo, ella sabía soplar en tranquilidad para hacerlas secar. Siempre estaré en deuda por esa infinita línea de crédito que me otorgó en saldos de risas. Imágenes eternas que sacian cualquier necesidad de felicidad. Las discusiones siempre nos llevaban a algo mejor sin atreverse a destruir nada. Desde el momento que la descubrí quise vivir en su eterno abrazo. Yo que pensé que nuestro amor estaría siempre escrito en la bitácora de la eternidad. Y la amo. La amo y desearía que la realidad no la guardase tan lejos de mis sueños. Sin prisas me doy cuenta de que hoy las nubes tienen forma de palabras, de esas que se las lleva el viento.

Después de haberme dejado una marca en la frente cual radiografía de la mano, me incorporé de nuevo al parque que me regalaba cantos de hojas, imperceptibles para mis oídos, tormenta de soledad para mi corazón. Levanto mi cabeza sin poder alzar con claridad mis ideas. Miro a mi alrededor en busca de un porqué.

No había existido en mí sospecha alguna de lo que pasó hoy. Si bien sabía que su mudanza a Santiago de Compostela significaría una etapa difícil en nuestra relación, jamás lo consideré como un hecho que habría de cambiar en tal forma las cosas. En mi cabeza existe escaso espacio donde la imaginación pueda advertir ese hecho como motivo de la decisión. Mucho menos después de las largas horas que pasamos entre tazas de café, resguardados de la indiferencia de la calle, entre los muros carismáticos propios de Coyoacán tratando el tema del prolongado viaje que ella tendría a partir de los días que le darían forma a la segunda mitad de Abril. Me encantaba ver sus ojos abiertos que bailaban junto con sus manos cuando me platicaba lo emocionada que estaba por haber logrado continuar la universidad allá. Yo sabía que ella encontraba tranquilidad en los momentos que tomaba sus manos y le decía que era mi más grande motivo de orgullo. Por demás estaba mencionar mi alegría. Compartíamos el infinito entusiasmo que nos infundía su éxito. Pero la distancia siempre será aquella arma de doble filo suficientemente extensa, apta para dañar a ambas partes.

Debo representar la existencia de un ser completamente egoísta. El hecho es que ella se ha dado cuenta de ello antes de que yo pudiera siquiera abandonar mi soberbia. Durante estos años no supe ver que en la rutina difícilmente somos capaces de percatarnos de los errores. Me construí hábitos sobre cimientos hechos de aire, que no guardaban más que la tumba de lo que serían mis esperanzas. Hice novia mía a la indiferencia. Me declaré falto de tacto. Ignoré señales e impuse las propias. Es probable que haya dirigido la vista, sin mirar cuando ella me mostraba sus pasiones. Ahora quizá deba culpar a mis horas de lectura por haber ignorado las suyas haciendo trazos en el aire con su raqueta de tenis. Aunque ella siempre se vio contenta con mis gustos, a tal grado que me pedía que continuara leyendo o escribiendo mientras ella me miraba en silencio. Quizá me acostumbré a seguirla en todas sus facetas, pero a la vez ninguna. No faltarán días donde sobren años por su ausencia.

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