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sábado, 24 de marzo de 2012

Su caminar transita por mi estancia, cuarta parte.

A veces el precipicio se asoma, y las nubes blancas que lo cubren se miran seductoras para tirarse sobre ellas a llorar. Cierro los ojos despierto en este parque, para verme de frente y saberme testigo de que aún no he llegado a muerto. Con ojos abiertos, lo olvido.

Mientras indago en estos caminos que su corazón pudo tomar, encuentro muchos que pueden ser ciertos más no correctos; en la realidad se hace de noche del mismo modo como en la mía propia me declaro ausente. Los faros del parque comienzan a encenderse ante la falta de luz sin hacer caso a su diseño, más bien a una necesidad propia de no sentirse perdidos donde siempre han estado. Los pájaros vuelan prontos hasta las ramas que sostendrán sus fatigas de hoy y los sueños por los que volarán mañana. Los fríos soplidos del viento se pasean por entre las creaturas buscando a quien infundirle una necesidad de calor. Faros y pájaros y soplidos; tan semejantes a las personas.

Las estrellas aparecen de a poco y a mí nadie me ha asegurado que no son ellas las que salen de noche a admirarnos a nosotros. Y así el sol abandona a pasos disimulados este día. Lo ha recorrido desde su comienzo, lo conoce en cada una de sus etapas donde él, inocente, se mostró vulnerable y así, lo desprecia. Es el sol quien decide el final del día cuando le impone un término y se marcha para cambiarlo por otro amanecer.

Quizá esta es la posibilidad a la que más le temo, que el sol de Jimena se haya retirado a los amaneceres de alguien más. Nunca me dio señales de ello, pero no tendría por qué advertírmelo.

Esta respuesta resulta ser una gran opción por su resistencia ante la mención de sus verdaderas razones. Pronto se iría de la ciudad y no estarían mis ojos ni oídos cerca de ella como para percatar su acercamiento con alguien más. Temo adentrarme en el abismo de la imaginación y pensar que todo esto ha sido preparado desde tiempo antes sin que yo lo advirtiera; después de tanto tiempo juntos, no podría pensar en el atrevimiento de ella a botarlo todo.

Comienzo a preguntarme si había sido yo capaz de haber dejado que faltara algo en nuestra relación. Quizá encontró un mejor acogimiento en el abrazo de un tercero, mayor tranquilidad en otra compañía o risas más profundas en algunas distintas ocurrencias. Un reflejo más exacto de su alma en la mirada de alguien más.

Jimena, sabré volar tan alto como tu ausencia me lo permita. Te fuiste como se va la última lluvia sin saber que es la última. Te sufrí. Te fuiste y yo sin saber que te ibas. Al desvanecerse, tu sombra irá dejando hilos de oscuridad en la pared. Seremos siempre el vivo retrato de nuestras sombras.

¿Por qué Jimena? ¿Por qué habrías de hacerme soñar con un futuro donde no participarás? Yo que soy tan tuyo y tú que te mantienes tan propia. Dime que no soy como estas hojas que ruedan en el piso, incapaces de aferrarse a esperanza alguna, arrastradas por el viento de la noche. En mí no ha habido cambios, sigo siendo tu Diego, aquel del que dijiste haberte enamorado. No sé en qué parte del camino decidiste quedarte un tanto atrás, mucho menos imagino las razones.

En el parque, los soplos gélidos no cesan al instante en que el diente de león ruge mientras el viento se lo lleva. Sigo preguntándome si habrá alguna razón para que no me haya llevado a mí también

Si has de abandonarme ahora sin motivo será porque nunca encontraste uno para amarme; me juraste acompañarme en el futuro tan sólo porque no existía una mejor opción en tu pasado, escribiste palabras de amor que llevaban en ellas nada, regalaste sonrisas vacías, firmaste sueños sin fondos, hozaste compartirme miradas profundas sabiendo que jamás transmitirían nada, no encontraré en los cajones de mañana las tardes que tú me hiciste perder. Me obligaste a amarte sin la intención de amarme.

¡No pude haber sido más incauto como para no advertirlo! Mi corazón debió enterarse sin decirme nada de su partida, tomó precauciones y fue colocando pinceladas de soledad en la pared, robó actitudes y las implantó en mí con cautela. Supo de todo y me protegió.

Tantas ideas en mi cabeza sin saber cual termina siendo premiada por correcta.

En rigor, desconozco si me he quedado sólo sin que fuese adrede. Al final la decisión no es de Jimena. Es mía gracias a las advertencias del corazón, si todo terminó fue porque así yo lo quise.

Tú resultas ser ahora la sed ávida de sol. Qué pena me va a dar asomarme al espejo y que no estés. ¡Qué pena que no la valgas, Jimena!

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